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D. CASIMIRO LÓPEZ – “El desafío educativo”

Queridos diocesanos:

El sábado, día 20, celebrábamos la Jornada preparatoria en nuestra Diócesis del Congreso Interdiocesano sobre educación, que tendrá lugar en Valencia el próximo mes de Octubre para todas las Diócesis de la Comunidad Valenciana. El Congreso bajo el lema: “La educación: un reto para la familia, la Iglesia y la sociedad”, está destinado a todos los interesados y preocupados por la educación de las nuevas generaciones, y en especial, a quienes estamos implicados en la hermosa tarea educativa, educandos y educadores;  a los padres, que son los “primeros y principales educadores de sus hijos” (GE, 3), así como a sacerdotes, catequistas, profesores, monitores de tiempo libre, entre otros. El Congreso tiene como finalidad reflexionar y sensibilizar sobre la educación hoy, sobre lo que es y significa educar, sus posibilidades y sus dificultades, sobre el modo de educar y sobre cómo complementarse para que la educación sea acorde y concorde en bien de nuestros hijos; queremos también mostrar la alegría de la tarea educativa, porque, pese a su dificultad, educar es amar.

Antes de nada, ¿qué es educar?. La educación no se puede limitar a la enseñanza o instrucción, a la adquisición de conocimientos o de habilidades. Educar –que viene de educere en latín– significa conducir a los educandos fuera de sí mismos para introducirlos en la realidad, hacia una plenitud que hace crecer a la persona. Ese proceso se nutre del encuentro de dos libertades, la del adulto y la del joven. Requiere la responsabilidad del educando, que ha de estar abierto a dejarse guiar al conocimiento de la realidad, y la del educador, que debe de estar dispuesto a darse a sí mismo. Por eso, los testigos auténticos, y no simples dispensadores de reglas o informaciones, son más necesarios que nunca. El testigo es el primero en vivir el camino que propone. Educar es, por lo tanto,  ayudar a alguien a ser per­sona; es ayudarle a descubrir e integrar su propia identidad como hombre o como mujer, a crecer en la libertad y en la responsabilidad basadas en la verdad, en el bien y en la belleza; es ayudarle a descubrir la razón de su ser en el mundo y el sentido de su existencia, para hacerle capaz de vivir en plenitud y con esperanza y de contribuir al bien de la comunidad y de la sociedad.

La tarea educativa nunca ha sido fácil. Sin embargo, la educación se ha convertido hoy en un verdadero problema. El papa Francisco habla del desafío educativo, como uno de  los fundamentales ante los que encuentran los padres, las familias -y el resto de los educadores-, que se hace más arduo y complejo por la realidad cultural actual y la gran influencia de los medios de comunicación y redes sociales (cf. AL, 84). El papa emérito, Benedicto XVI, acuño el término “emergencia educativa”,  para referirse a las dificultades que hoy encuentra todo educador a la hora de “transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento” debido a la fractura inter-generacional, el relativismo, el subjetivismo y la exaltación de la autonomía absoluta de la persona. En este contexto es muy ardua una auténtica formación de la persona humana, que le capacite para orientarse en la vida, para encontrar motivos para el compromiso y para relacionarse con los demás de manera constructiva, sin huir ante la dificultad y las contradicciones. En esta situación tanto los educadores se ven muchas veces desbordados y fácilmente tentados a abdicar de sus deberes educativos. Sin embargo, cada día sentimos más la necesidad de ayudar a nuestros hijos para que desarrollen globalmente su personalidad, incluidos los valores humanos y espirituales.

Es preciso retomar la idea de la formación integral, como propone el papa Francisco en el capítulo 7 de la Exhortación Amoris laetitia. La formación integral podríamos describirla como el proceso continuo, permanente y participativo que busca desarrollar armónicamente todas y cada una de las dimensiones del ser humano -ética, espiritual, cognitiva, afectiva-sexual, estética, corporal, comunicativa y trascendente-, a fin de lograr su realización plena.  Todas estas capacidades deben responder a las preguntas más profundas del ser humano. A la vista de todos está la necesidad y la urgencia de ayudar a los niños, adolescentes y jóvenes a proyectar la vida según valores auténticos, que hagan referencia a una visión ‘alta’ del hombre. Para los cristianos, Jesús es el modelo educativo: sólo en Él se esclarece el misterio del hombre (cf. GS 22).

Con mi afecto y bendición,

D. Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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